A menudo prestamos atención a relatos de otros corredores que reseñan con ligereza cómo posteriormente a un ejercicio o entrenamiento sienten dolor, tanto que su movilidad queda impedida. De este modo, muchos runners acostumbran un método donde ejercitan de manera afanosa para más tarde sentir un, para ellos, placentero dolor y posteriormente recurrir a antinflamatorios para poder volver a entrenar. Y lo consideran normal.
Nuestro organismo es vigoroso y posee una envidiable disposición a la adaptación, con límites. Como todo. Y estas rutinas de férreo entrenamiento los sobrepasa en muchos casos un día tras otro dando pie a lesiones o sobreentrenamientos. Entonces... ¿correr ha de ser doloroso? Rotundamente NO. Y la clave está en saber diferenciar la incomodidad del dolor.
Uno de los motivos por los cuales muchos corredores ejercitan con dolor, es la intensidad de su ejercitamiento; jamás debes confundir el duro trabajo con la superación de nuestros propios límites pues recuérdalo, ello induce a lesiones que pueden ser de carácter vitalicio. El quid se aproxima al encontrar el equilibrio personal entre la ejecución de intensos entrenamientos y lapsos de recuperación donde permitamos a nuestro cuerpo llevar a cabo los correspondientes procesos asimilatorios.
Del mismo modo, cabe mencionar, que los entrenamientos de un runner no son la única causa que produce dolor. Además debemos tener en cuenta: técnicas de carrera inadecuadas, estiramientos inadecuados o inexistentes, escaso fortalecimiento muscular, prácticas demasiado intensas...
Por ejemplo, podemos decir que estás cometiendo alguno de los errores enumerados, si después de un entrenamiento:
- te encuentras súmamente duro e incapacitado para articular con normalidad.
- acarreas agotamiento un día tras otro.
- tu fatiga se convierte en dolor.
- recurres a técnicas de frío o medicinales para poder volver a entrenar.
Así, no lo olvides nunca: CORRER NO DUELE. Cansa, pero no duele.
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